domingo, 15 de octubre de 2017

Mi historia con las dietas. Parte 2

Hooola de nuevo chic@s!!!

Bueno, bueno, bueno... 

En la Entrada Anterior (Pinchad Aquí si no la habéis leído aún) hablábamos de las DIETAS, hoy entro de lleno a contaros MI HISTORIA, así que, si queréis saber más, quedaros a leerla que empezamos:


Nací en el año 1989 de unos padres cuyo físico era muy bueno y cuyos abuelos habían padecido sobrepeso en algún momento de su vida. Genética a medias. 

De pequeña, siempre he sido una niña con un peso normal, aunque de chiquitina siempre alardeaban (sobre todo mis abuelas y mi madre) de que yo tenía "rebolletes" o "rosquillitas", como dicen en mi tierra, en las piernas como símbolo de estar sanota... 

Bien es cierto que en mi adolescencia, allá por los 14 o 15 años estaba bastante delgada, porque mis hormonas estaban en plena ebullición y hacía muchísimo deporte gracias a las clases de gimnasia del instituto. Pero también es cierto que nunca he sido una chica con un cuerpo 10, de esos que salen en las películas... Ni lo quería.

Desde los 17 años, tengo un certificado de que mi capacidad alveolar, pulmonar y cardíaca no son óptimos para realizar ejercicios de alta intensidad que conlleven un esfuerzo respiratorio elevado. 
Bien, nunca he dejado que esto me influyera a la hora de realizar ejercicio, pero sí me servía de excusa (barata) para esos días perros en los que no me apetecía ni salir a pasear.

Después de ese diagnóstico y de esa temporada, mi cuerpo fue tomando forma de "adulta" y ahí empezaron a acumularse los kilos.
Empecé a hacer todo tipo de dietas, todas las imaginables, tachadas de buenas para la salud, de no pasar hambre, de los 3 días, de los 7 días, militares, del pepino, del kiwi, de depurar el cuerpo, de definir y tonificar, bla... bla... bla... TODAS.

Cuando empecé la universidad, allá por el 2012 y debido a que a penas hacía más deporte que subir y bajar las escaleras del metro y del centro, seguí acumulando kilos, kilos que no me venían nada bien a nivel de salud.
Decidí comprar una tabla para hacer ejercicios en casa, pues cuando llegaba de la universidad no me apetecía salir de nuevo a correr o al gimnasio. Pronto me di cuenta de que me servía los primeros 8 días, luego lo dejaba por aburrimiento.

Llegó el día en que tuve que hacerme el chequeo general anual, el que se hace en el médico. 

Cual fue mi sorpresa, que después de realizar las pruebas pertinentes de respiración, flexión, torsión, fuerza, etc, etc, etc. El médico me entrega un sobre con dos papeles adjuntos:
  • Los resultados de mi examen médico
  • Una citación para ver al nutricionista de la sanidad pública por "Sobrepeso".
Nunca antes nadie me había dicho que podía padecer sobrepeso y nunca antes pensé que una única palabra minaría mi moral tanto como aquella.

Con las mismas, me fui a ver a aquella señora que se hacía llamar nutricionista, pero que pronto se convirtió en mi peor enemiga, pues desde la primera visita (y la única) sentí que me miraba con desprecio por encima de sus gafas de media luna, mientras me decía: "Tienes que salir a correr, pero en serio eh? No vayas un día y luego no vuelvas más eh?", "Nos vemos al mes que viene".
Pues espero que estuviera esperando sentada, porque no volví.

Después de aquello, la palabra sobrepeso (aún a día de hoy, pasados dos años y que ya no lo padezco) sigue persiguiéndome en mi historial clínico. 
Da igual que desde entonces me hayan operado dos veces, que haya tenido episodios de infección casi letal, que sufra de alergia asmática crónica....
Para la sanidad pública, seguiré estando gorda....

CONTINUARÁ....

1 comentario:

  1. LA verdad es que muchas veces me avergüenzo de ser sanitaria! Con esto que leo! gracias por compartirlo! besitos!

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Gracias por vuestros comentarios y por ayudarme a mejorar cada día!!
En cuanto lo revise, si es adecuado, lo verás en el blog.
=D

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